La casa de la segunda palmera




En los archivos de la municipalidad de San Vicente, provincia de Buenos Aires, Norberto Pedro Freyre era en los años setenta un vecino propietario de un terreno con vivienda sobre la calle Triunvirato. Eso no es verdad. Eduardo Pedro Freyre fue la identidad que eligió Rodolfo Walsh para ir tras la senda de las lagunas, buscando el agua que necesitaba tanto como el aire. Allí vivió con Lilia Ferreyra, su compañera. En esa casa escribió mucho. Una tarde estuve allí.






Fotos no —dice el pibe.

Detrás viene una mujer morocha de unos cincuenta años; es la madre, lleva un vestido verde de verano.

No puede sacar fotografías —repite ella.

Antes de negociar con gente negativa confirmo que se trata del sitio correcto.

Estoy parado en la vereda de Triunvirato 900, San Vicente.

—¿Acá vivió Rodolfo Walsh?

Si —dice ella y el pibe se va para adentro.

—¿Hace mucho que usted vive acá?

Se olvida de la prohibición de tomar fotografías.

La casa era de mi madre —informa.




No dice que la madre de ésta mujer ocupó esa casa en 1977 después de que fuera reventada por un grupo de tareas de la Marina; ni dice tampoco que los reventadores se llevaron de allí los papeles de Walsh —cuentos sin terminar, apuntes, borradores, el proyecto de una novela. Omite que su hermano es miembro de la Policía bonaerense.

Le sigo el juego y no pregunto nada porque ahora la que quiere hablar es ella:

Leí en el diario que acá quieren hacer un museo, pero a mí nadie me vino a ofrecer nada…

Cuenta que la casa tiene cocina, baño, comedor y una habitación muy chiquita.

De Walsh dice que leyó algunas cosas, pero no le interesan sus escritos. También dice que no es de esas que andan revolviendo el pasado. Le creo. 





Y porque le creo, no le cuento que iluminado por un sol de noche en ese ranchito Rodolfo Walsh escribió la Carta Abierta de un escritor a la junta militar; tampoco le informo que la llamaba la casa de la segunda palmera.

Al fin baja la guardia y no sé con qué autoridad me permite hacer unas fotografías. Camina lento hacia a la casa y me quedo solo en la vereda.

La tierra me atrae; el polvo reseco de la calle, el sendero que cruza el terreno y se pierde en la arboleda. Tal vez ingenuamente creo que por allí andan sus huellas.





Bonus: Aquí tomaba el tren